Íbamos caminando por el sendero que recorren nuestros cuerpos, acariciados por la calida brisa del otoño que anunciaba la llegada del invierno a mi corazón.
Ya no quedaba nada, ni las hojas de los árboles que guardaban historias…. Mis historias.
Ya no quedaba nada, tan solo estábamos tú, yo, y el camino adornado por el amor, la lluvia de hojas: algunas doradas, algunas rojas.
Íbamos solos…. Solos como siempre…. Solos como nunca… con el amor por compañía y las miradas encendidas.
Fue entonces cuando, como un vaticinio llego a mi un fuerte latido y con un suspiro soltaste mi mano y dijiste: “lo siento….” Y callaste
En ese momento todo cambió y la calida brisa se tornó fría tal vez helada, y un ventarrón entró a mis ojos y creí entender lo que pasaba.
Tomaste una hermosa flor del camino, la única que lo acompañaba (al camino) y tomaste nuevamente mi mano, mi corazón latió muy fuerte y el aire volvió a mi, las mariposas que creí perder regresaron y murmuraste “te amo y no puedo evitarlo”.
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